×

Ce site est un chantier à ciel ouvert habité par les éditeurs, lecteurs, auteurs, techniciens, designers de Sens public. Il s'agence et s'aménage au fil de l'eau. Explorez et prenez vos marques (mode d'emploi ici) !

Informations
  • Résumé
  • Mots-clés (0)
      Texte

      Un hombre entró en el bar, con voz trémula presagió tormenta y pidió una botella de vino. Miró a Horacio y a Bralt como si los hubiera conocido en una derogada pesadilla y ahora descubriese que vivían. Pero ya Bralt, con la tercera copa, se había convertido en relaciones públicas de una funeraria.

      -Envejeces cuando la memoria se empieza a llenar de muertos. Un día uno, al día siguiente otro. Hasta que por fin haces recuento y el saldo te estremece: la mayoría de la gente que trataste tiene encima algunas paletadas de tierra. Al principio los padres, luego un amigo que fallece accidentalmente o de forma prematura; después alguien te cuenta que murió aquella novia de tu juventud y ahí la cagaste. Ya la memoria es un cementerio plagado de cruces con un nombre y dos fechas. Pensando en eso ni el licor café anima. Si deja de llover salimos. ¿A ti te sucedió eso con tu madre?

      Horacio no había concebido la muerte de su madre como una catástrofe, aunque sí era cierto que lo acosó de improviso una sensación de orfandad y por eso Sally y el doctor Pérez Cid. El vacío de la vida de Horacio residía en la ausencia paterna: el interregno dejó de ser algo transitorio para transformarse en un estado natural de la casa de la aldea.

      -Tardé mucho tiempo en descubrir la verdad, algo así. A un pueblo de agricultores llega un día una tal Belén y abre una mercería. Casi todos pensaron que el negocio sucumbiría ya que existía el bar-tienda de Marcelino que era como El Corte Inglés pero sin escaleras mecánicas; tenía cuanto pudiera hacer falta: sobres y sellos, bacalao, periódicos, carretes de hilo, golosinas, helados, tabaco, fruta, ropa, sedales, anzuelos, papel, bolígrafos, conservas...

      -Sí, conozco esos lugares que desgraciadamente se van extinguiendo.

      -Por alguna razón, sin embargo, la mercería El Encaje sobrevive, quizá porque factura lencería de más calidad que la tienda de Marcelino. Pasó el tiempo y Belén comienza a ser codiciada por los hombres; no era de extrañar en una aldea de mujeres precozmente envejecidas a causa del trabajo y que visten de oscuro. Por contraste, Belén les parecía hermosa a los hombres.

      -Natural. Sería de estatura media, morena, formas abundantes, cabello limpio, uñas pintadas, piel transparente, manos delicadas, lenguaje casi distinguido, sombra de ojos, como hay miles en una ciudad -fantaseó Bralt-. Fauna común. Pasan inadvertidas en la calle pero se creen princesas al descender a las cloacas, comparación que matizo con todos los respetos por tu cuna. Por tu cuna que te parió, digo.

      -Algo tramaba mi padre porque en cuanto las faenas del campo le concedían un respiro, en vez de irse a jugar la partida, se dirigía a El Encaje y charlaba, de momento, con Belén. Regresaba a casa para regalar a mi madre costosas prendas íntimas -¿bragas, quieres decir?, preguntó Bralt- que ella rehusaba poner. Así que cada noche mi padre volvía más tarde con el obsequio y el olor de otra mujer -¿Cómo-se-puede-querer-dos-mujeres-a-la-vez-y-no-estar-loco?, indagamos Machín y yo-. Supongo que arreciaron las murmuraciones en el pueblo y harta del doble juego del marido, mi madre le propuso un día: o ella o yo -"Título digno de la Serie Rosa", apuntó Bralt-. Ella consistía en el cuerpo de Belén, cierto solapado proxenetismo, quizá la esperanza de un negocio común; yo era una mujer avejentada, un hijo de corta edad, la tiranía de los trabajos agrícolas, el sudor. Como si le hubiera dado a elegir entre el cielo y el infierno.

      -Y tu padre escogió el cielo.

      -Abnegadamente, como un santo.

      Algunos clientes abandonaron el bar. El desconocido recién entrado permanecía en un rincón mirando una botella mediada con la misma atención con la que Carlo Argentino debió contemplar otrora el aleph: vale decir, viendo en el líquido su lejana infancia, una ciudad ignota, el final de las cuevas do rei Cintolo, un río subterráneo, el cuadro que pintó mañana, una mujer corriendo bajo un alud de granizo, la mano de Cunqueiro escribiendo en la eternidad, un corzo saltando en Fraga Vella, un baile de los años 50 en el barrio de san Lázaro, un sacrificio en honor de los dioses en Pena do Unto, un grupo de bretones que se asientan en el siglo VI, Beatriz de Suabia y Fernando III girando visita en 1232, el incendio que devastará Mondoñedo en 1424, su diestra temblorosa rasgando un autorretrato que le provoca una cicatriz en la mejilla.

      -Recogió algunas de sus pertenencias y se marchó. Los urbanos tardamos horas en preparar una maleta cargada de objetos superfluos.

      -Por ejemplo, una Enciclopedia Médica y un fonendoscopio.

      -Los habitantes del campo sólo requieren lo indispensable; en diez minutos estiban el equipaje para emigrar a Venezuela: ropa, una botella de aguardiente y una estampa del santo tutelar. Mi padre se acogió a la tutela de Belén, en el mismo edificio de la mercería. El pueblo reaccionó contra los adúlteros. La mujer perdió a sus clientes y mi padre a sus amigos. Prácticamente no salían de la casa más que para comprar; hubo alguna disputa porque Marcelino intentó negarse a vender pero Rafael era un hombre fuerte que recurría a la violencia cuando las palabras resultaban inútiles.

      -O sea, casi siempre.

      -Como El Encaje decaía, pienso que fue mi padre quien tuvo la idea del burdel.

      -Y empezaron a llamarle Junta -dijo Bralt.

      -No me dejas hablar -se quejó Horacio.

      -Seguí, seguí. Es que la historia tal que Onetti, calcadita a Juntacadáveres, ché.

      Ya estaba Bralt articulando los dos términos consabidos: literatura = argentinismo. Incurable, el pendejo.

      -Conociendo que algunos hombres de la aldea, con la disculpa de comprar algo que no había en la tienda de Marcelino, lo cual poco menos que imposible, viajaban a la ciudad y se acercaban a los prostíbulos para disfrutar de hembras de largo oficio...

      -Putas, como el que dice. Detesto la perífrasis.

      -... Mi padre decidió traer al pueblo un burdel. Nada aparatoso, claro, sin anuncios de neón ni flamenco adulterado. Una casa de citas de tapadillo en la trastienda de El Encaje porque intuía que de esa forma si no la mercería sí el burdel constituiría una fuente de ingresos, que la pasión por conocer a mujeres maquilladas que olieran a cualquier perfume que no fuera mosto, atraería a los maridos e hijos al local. Ignoro quién se encargó de las gestiones, supongo que Belén. El caso es que un miércoles...

      -Hombre, ya tenemos el miércoles -dijo Bralt-. ¿Cómo son los miércoles?

      -Los miércoles no existen -intervino el desconocido que miraba a Bralt y a Horacio situándose detrás de éste-. Me apellido Osozvi y soy pintor. ¿Permiten que les acompañe? -Posó el vaso de vino en la mesa y arrastró una silla-. Los miércoles son ficticios, cenizas, el color resultante de la mezcla de dos colores primarios. Uno cree que vive en miércoles pero es falso; el miércoles consiste en un vacío que está debajo de nosotros cuando tenemos un pie en el martes y otro en el jueves. Si juntásemos los pies, adiós -apuntó hacia abajo con el pulgar de la mano izquierda-, desapareceríamos. Encantado de conocerles, extranjeros.

      -Éste es Horacio -dijo Bralt señalando a su amigo.

      -Bralt -dijo Horacio señalando al escritor.

      -¿Y a qué olerían los miércoles entonces, señor Osozvi? ¿Con qué color los pintaría usted?

      -Negro, negro de abismo, de ausencia. Luto por la muerte de un día. Olerían a algo repugnante, a huevo cocido.

      -Aquí mi amigo -dijo Bralt-, está contando la historia de un burdel. Carece de la dialéctica de Cunqueiro pero el argumento posee interés, escuchemos. Pero antes -dio dos palmadas y elevó la voz-: ¡Camarero, tres de licor! Diserta, Horacio.

      -Un miércoles llegaron al pueblo en autobús dos chicas; mi padre las estaba esperando; cargó los bultos y los tres cruzaron la plaza entre las miradas de los curiosos. Eso era lo que quería él, que la gente los viera, que se corriera el rumor que cediera paso a la certeza, a una certeza sorprendente en aquel pueblo miserable: que Belén y Rafael Oureiro iban a instalar un prostíbulo en el culo del mundo.

      -Oiga, no es que el plagio me moleste más que el olor a sobaco -dijo Osozvi-, pero esa historia o una muy similar yo la leí en algún libro.

      -Onetti, pero qué quiere. La vida está en los libros aunque haya quien incurre en la herejía de suponer lo contrario -Bralt.

      -Algo barruntaba -dijo Osozvi-. Permítanme proponer mi tesis acerca de Mondoñedo; no la divulguen, por favor. Mondoñedo, como los miércoles, no existe. Es una invención de Cunqueiro, sus habitantes son personajes de ficción. Formulada de otro modo: Alvaro Cunqueiro escribe e inventa un mundo al que llama Mondoñedo y nombra sus alrededores, sus calles, sus plazas. Nombra, y al nombrar crea, el asilo de san Miguel, os Castelos, Furado dos Cas, Masma, Tronceda, Valiñadares, Montedarca, la malataría, rúa Pardo de Cela, en fin, arbitra una toponimia. ¿Qué hace a continuación? Lo que hizo Dios: poblar de personajes ese espacio narrativo. El ejemplo clásico es Manuel Montero, el Mago Merlín. ¿Lo conocen? ¿No? Después iremos a visitarlo. Yo mismo soy un personaje de Cunqueiro. Como la catedral. O como ustedes dos.

      -Pues a mí me parece que yo existo, que Mondoñedo existe. Que este licor café y -Horacio miró por la ventana- la lluvia que caía hace unos minutos era real. ¿No habrá abusado usted del alcohol?

      Escritores españoles (2007/07). Leer también :

      Pérez Álavrez José María
      Wormser Gérard masculin
      Nembrot
      Pérez Álavrez José María
      Département des littératures de langue française
      2104-3272
      Sens public 2007-07-14

      Fragmento de la novela {Nembrot}, Barcelona, DVD Ediciones, 2002. José María Pérez Álvarez rompe en {Nembrot} la frontera entre la primera y la tercera persona narrativas, elabora un riquísimo puzzle de textos de toda índole, borradores confesionales convertidos en bolas de papel que los personajes rescatan subrepticiamente de la destrucción... La novela contiene tramos que se leen como espléndidas joyas del género corto: “La pasión según Bralt”, por ejemplo, o el divertido homenaje a Álvaro Cunqueiro y a ese Mondoñedo al que sólo la invención literaria de su autor y la de sus lectores confieren realidad. No es frecuente leer hoy una novela que arriesgue tanto, que hunda las manos en los grandes maestros contemporáneos (Joyce, Beckett o Nabokov, citados de modo más o menos explícito en el texto), y que obtenga un material narrativo tan rico [José Giménez Corbatón: Nembrot: Ficción de ficciones, Literatura, en Artes y Letras, 22, Suplemento literario de Heraldo de Aragón, 14 de noviembre de 2002].

      Fragment du roman {Nembrot}, Barcelona, DVD Ediciones, 2002. Dans {Nembrot}, José María Pérez Alvarez détruit la frontière entre la première et la troisième personnes narratives, construisant un riche puzzle de textes de tout genre, brouillons intimes transformés en boulettes de papier que les personnages sauvent subrepticement de la destruction… Le roman a des passages qui se lisent comme de splendides joyaux du genre court : « La passion selon Bralt », par exemple, ou le divertissant hommage à Alvaro Cunqueiro et à ce Mondoñedo qui n’est réel que par l’invention littéraire de son auteur et celle de ses lecteurs. Il n’est pas fréquent de lire aujourd’hui un roman qui risque autant, tout en plongeant dans les grands maîtres contemporains (Joyce, Beckett ou Nabokov, cités de façon plus ou moins explicite dans le texte) avec pour résultat un matériau narratif aussi riche. [José Giménez Corbatón : Nembrot : Ficción de ficciones, Literatura, en Artes y Letras, 22, Supplément Littéraire de Heraldo de Aragón, 14 novembre 2002]