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Urco, el perro del mar / Urco, chien de mer

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      Texte

      Urco es un perro negro y grande, grueso y temible, que vive durante el día en el mar como un pez y por la noche sale de las olas y aparece en la playa sacudiéndose las aguas y el salitre. Luego avanza por sendas y caminos, ladra de un modo que asusta y, de vez en cuando, arrastra una cadena de hierro en la oscuridad. De inmediato, acuden todos los perros a su lado y juntos avanzan y provocan un ruidoso escándalo. Urco se detiene a su antojo, se sube a los altos muros de las huertas o las haciendas, y los demás perros se someten a él y miran sus ojos brillantes que se encienden como centellas, como soberbias antorchas en la noche.

      Alguna gente que lo ha visto dice que este ser del trasmundo no es exactamente como un perro. Algunos autores le atribuyen el don de la ubicuidad y lo suponen inmortal.

      Xose Castro de Filgueira, apodado Peito Cheo, dice que lo vio una vez que fue al mar por arena de madrugada para que nadie se diese cuenta, y sostiene que es un animal con medio cuerpo de lobo y medio cuerpo de serpiente, con escamas y costras que brillan.

      -Tenía garras largas y afiladas, y los dientes parecían navajas afiladas en plata pura. Debía tener mucha fuerza en el rabo porque, ante mis propios ojos, tiró al mar un peñasco del acantilado.

      -¿Y usted no tuvo miedo?

      -¿Miedo? No me cabía un alfiler por el culo.

      -Más que perro exactamente, era un pájaro, un buitre negro e inmenso que se movía por el suelo o que saltaba a las ramas más robustas de los árboles.

      Eso dijo Tonecho de Ferrín en Casa Recouso. Lo vio una noche que regresaba de la verbena de Barrañán con el rumor del mar temblando en su cabeza. Un vuelo súbito, atronador y pesado, le llamó la atención tan tarde.

      -Luego se arrojó al estercolero de las gallinas. Se puso a berrear, pero no graznaba como un buitre, sino que maullaba como un gato o balaba como una oveja. Daba pánico.

      Carmucha de Viñán, dueña del gran pazo de Baladouro, explicó alguna vez que Urco es una ternera negra, de fina pelambre, cardada y brillante, que lleva un esquilón de plata o de oro al cuello y va acompañado de una jauría de idéntico color.

      -La primera vez que los vi entrando por la cancela de la era me dieron miedo, mucho miedo. Ésa es la verdad. Pero después de que me acostumbré a su presencia inofensiva, noche tras noche, no he podido evitar arrojarles unos huesos a los perros y un haz de hierba fresca a la ternera.

      No obstante, lo más probable es que Urco sea un perro. El minero de Angra Escura, que asegura trabajar en una mina de oro con secretos corredores y lagunas o charcas en las que abunda, desmenuzado en polvo y pequeñas pepitas, el metal dorado (de ahí algunos hacen derivar el nombre de Baladouro), dijo que él oía todas las noches de tormenta por las galerías de la mina un chirriar de cadenas y unos ladridos de perro rabioso.

      -A mí me parece que es el Urco.

      -¿Y no sientes terror viviendo en el interior de la mina? -le preguntaron en la taberna.

      -Estoy tan acostumbrado que más que darme miedo, me da pena el pobre perro.

      Urco aparece sólo de noche y prefiere las noches cerradas, con aguacero, aunque hay quien afirma que cuando el cielo está estrellado o hay luna también anda de peregrinación. Anuncia muerte o desgracia. Ante la casa que se detiene, es raro que al amanecer no haya llanto, queja o maldiciones por tanto infortunio de repente: esa noche se murió el patriarca, tuvo un accidente mortal la hermana mayor o apareció sin voz y ciego el niño más pequeño de la casa.

      Bieito Bouzas de Caión fue una de sus víctimas. No podía salir de noche a la pesca porque cuando llevaba dos o tres horas faenando, se le encabritaban las aguas con insólita fiereza, percibía unos golpes por debajo de la lancha y al instante se le aparecía un perro grande y negro que le volteaba el bote, y con el bote los peces, y lo alejaba mar adentro. Algo de cierto hay en ello, porque hubo de ser recogido tres o cuatro veces en la misma semana por otros marineros, a punto de ahogarse, aterido e incapaz de articular palabra.

      Cidre Oután, el ciego de Baladouro, tenía 19 años y veía perfectamente. Su padre se había hecho ilusiones con él: soñaba que se convirtiese en retratista al óleo y fotógrafo. Una noche que se acostaba muy tarde, se acercó a cerrar la contraventana. Casi sin querer miró afuera entre tinieblas y allí, en la encrucijada de caminos que se cruzaban ante su casa, vio a Urco, inmóvil, desafiante, rodeado de una manada de perros. Palideció de horror, tembló y cayó desplomado en el suelo. Por la mañana no veía nada, absolutamente nada, y sólo recordaba a un perro robusto, de mirada fulminante, frente a su puerta.

      Otro caso que dio mucho que hablar, y que multiplicó la leyenda del animal, fue el de la niña Áurea Lorenzo. Desde que Urco se paró ante su domicilio y bebió agua turbia en las pozas de su corral, jamás tuvo sueño y pasó el resto de su existencia prácticamente de pie. No era sorprendente descubrirla a media noche jugando en la era, mientras su familia descansaba y se intensificaba el vendaval. Comía más de ocho veces al día y antes de los doce años (al menos eso decía Lelo de Monteagudo, el charlatán que le dedicó un romance cómico que repartió en los autobuses Martínez de Caión) pesaba más de los cien kilos.

      Lo que le ocurrió a Sebastián Gandumo, que vivía en el centro mismo de Baladouro, está recogido por varios autores como uno de los hechos más significativos acerca del mito de este animal. ¿Que quiénes son esos autores? Vicente Risco, José Cornide, Taboada Chivite, José Miranda y el propio Airas Padín, en sus memorias Odiseas de un marino que nunca fumó en pipa. Incluso la inolvidable Alba Fontán en las notas inconclusas de su Diario, que también tituló en su ordenador portátil poco antes de suicidarse Vida y muerte de las ballenas, habla de una gallina que procede del mar y trae calamidades a tierra. Sebastián Gandumo estaba de aniversario ese día con toda su familia. Él se acostó más pronto que nadie, rejuvenecido y contento. Apenas había logrado dar la primera cabezada cuando oyó unos ladridos suaves, lastimeros, que procedían del jardín. Pensó en todos sus perros de caza, tenía más de una docena y todos de nombre conocido (Amancio, Lourizán, Améndoa, Fidel, Roldán, Candonga, Esmorisiño..., y así, hasta completar un equipo de fútbol con sus cinco o seis suplentes reglamentarios), y no prestó demasiada atención. Los ladridos, que no cesaban, golpeaban en sus oídos como un lamento insoportable. Se levantó, se asomó a la ventana a ver qué ocurría abajo y vio a Urco erguido sobre unos leños. Cerró al instante y gritó:

      -Urco, el perro del infierno.

      Llamó a gritos a su familia, que continuaba de parranda y celebración, y subió su esposa y una de las nueras de Santa Mariña de Lañas.

      -¡Urco, el perro del infierno! -gritó el anciano.

      Ninguna de las dos mujeres le dio demasiada importancia ni a sus palabras ni al gesto de horror de su cara. Pensaron que sería un delirio o una pesadilla tras la copiosa cena. Le dijo su nuera:

      -Duerma, padre. Será que algo le ha sentado mal. Ha bebido mucho y ha comido más.

      Sebastián Gandumo insistió y las dos mujeres miraron por la ventana, pero no había perro alguno sobre los leños ni el muro de zarzas del camino.

      -Echaba fuego por la boca -alcanzó a decir el patriarca.

      Al otro día, estaba muerto. En su rostro quedaba impreso un gesto de pánico: el rictus del espanto.

      Fuco Mogueime, alcalde pedáneo de Baladouro, jamás podría olvidar el día que aconsejó a los vecinos que amarrasen a sus perros en el interior de las casas, en los establos y cobertizos, y en las bodegas de los hórreos para evitar la presencia del animal cada noche en el pueblo.

      Así lo hicieron todos. Reinaba un extraño silencio. El viento azotaba más suave que nunca desde los bosques y la espesura de los caminos. Cuando los perros presintieron la misteriosa fuerza del animal, ese aire endemoniado que le supone, empezaron a mostrar su agitación. A los pocos minutos se oyó un prolongado ladrido que rompió aquella paz de cementerio. El Urco hacía su llamada, y el inicial sosiego se tornó inquietud, rabia, atronadora desesperación. Los perros lucharon en vano contra su cautividad. Urco respondió con nuevos ladridos que acrecentaron su intensidad en medio de las tinieblas. Una fuerza quizá sobrehumana se adueñó de los animales atados y rompieron todas las cadenas, derribaron las vigas del techo y las columnas de las paredes. Habían enloquecido de repente. Se habría dicho que les habían crecido los dientes y las afiladas garras.

      El pueblo entero despertó con un escalofrío. Los más atrevidos se levantaron a ver qué pasaba. Se interesaron por el vacuno y decidieron colocar las trancas. Otros no se atrevieron a erguirse y oyeron desde la cama el estruendo de aullidos que crecía a cada instante y parecía acercarse. Algunos murieron de miedo o por maleficio; otros fueron devorados por sus propios perros que volvían rabiosos a sus casetas, tras haber dejado a Urco en el mar.

      Al mediodía fue el propio Mogueime quien comandó una partida de hombres armados con escopetas, azadas y hoces para acabar con todos los perros y poner así fin a aquella carnicería humana. Cuando, a última hora de la tarde, tras dejar seis perros reventados por las cunetas, se encontró con su perro Tizón (fiel, buen cazador y mejor amigo) no tuvo fuerzas para matarlo. Fue su primo Leandre quien le segó la cabeza con una hoz cuando intentaba huir por un angosto sendero.

      La impresión que le dejó este hecho es indiscutible. Algún tiempo después, tan sólo unos días antes de su muerte, Mogueime fue visto al pie del roble donde había enterrado a Tizón, apenado y maldiciendo a Urco, maldiciéndose a sí mismo.

      Después de este trágico suceso, nadie se atrevía a abrir las ventanas ni las puertas ni salir a deambular cuando caía la noche. Hasta los amores secretos fueron más diurnos que nunca. Los perros desaparecieron de Baladouro durante algunos años. Era el animal prohibido. La primera en quebrar este hábito fue Munia, la meiga, aficionada a los paseos nocturnos. Sostenía que había visto varias veces al demonio dormido entre las zarzas. También aseguraba que se había encontrado con Urco en solitario en el bosque de Hervedíns, cuando volvía a su casa.

      -Válganme todos los diablos -dijo-. Ni siquiera el mismo diablo huele tan mal.

      Antes de que amanezca o cante el gallo, Urco desanda los caminos enfangados, anda que te desanda sendas y atajos, y regresa al mar. Camina un momento por la playa, deja un rastro de pisadas y se zambulle en el agua sin mirar atrás. Los perros del pueblo lo miran desde la orilla, y vuelve cada uno a su caseta por ocultas veredas que nadie conoce.

      Escritores españoles (2007/07). Leer también :

      Castro Antón
      Wormser Gérard masculin
      Urco, el perro del mar / Urco, chien de mer
      Castro Antón
      Département des littératures de langue française
      2104-3272
      Sens public 2007-07-14

      Urco, el perro del mar tiene algo de cuento de terror. Aborda una figura compleja de la mitología popular gallega que ha sido observado de mil formas posibles. El texto ha sido presentado en forma de reportaje o de investigación, en una suerte de inventario de casos que se acercan mucho a los documentados por los estudiosos. En Galicia se perciben los aparecidos, los fantasmas, estos perros al acecho, y el mar es como un arsenal de misterios. El relato tiene algo de historia de terror. Debía formar parte de mi último libro,” Golpes de mar” (Destino, 2006), pero al final me pareció que, en realidad, debe figurar en un libro diferente, en uno de zoología fantástica, que escribiré algún día.

      Urco, chien de mer a quelque chose du récit d’épouvante. Il traite d’un personnage complexe de la mythologie populaire de Gallicie, personnage qui a déjà été étudié de mille façons. Le récit se présente sous forme de reportage, d’investigation, d’une espèce d’inventaire des faits qui se rapproche beaucoup des protocoles pour chercheurs. En Gallicie, on voit des fantômes, des apparitions, des chiens à l’affût et la mer y est comme un arsenal de mystères. Le récit a quelque chose d’une histoire d’horreur. Il devait faire partie de mon dernier livre, «Golpes de mar » (Destino, 2006), mais finalement j’ai pensé qu il devait faire partie d’un autre livre, un livre de zoologie fantastique, livre que je vais écrire très prochainement.